Tuve la suerte de contar con una
vieja caña de pesca
me monté en la espuma de una ola
que galopaba a mi encuentro
y dejé que me llevará más allá de
la costa
hasta el centro acuático de donde
emergen todas las corrientes.
Coloqué una estela de plata en el
extremo del hilo como anzuelo
y la lancé hasta hacerla tocar lo
más profundo de los siete mares
deslizándola en medio de arrecifes
de coral
y monstruos que quizá esperaban
ansiosos mi caída.
Las aguas embravecidas me
advirtieron los minutos que me quedaban
antes de que ellas mismas pudieran
absorberme
y acabar con mi vida en medio de un
suspiro
cuando quizá las criaturas del
mundo subacuático acogieran mis restos.
Pero quise anticiparme a un
accidente de mi destino
y tiré de mi caña con la fuerza que
me confería mi anhelo
obtuve reflejos de océano que guarde
dentro de un tarro de cristal
mientras hacía que las olas me
devolvieran de nuevo a tierra firme.
El mar había perdido su oportunidad
de llevarme hasta sus más profundos abismos
y yo había vencido hasta lograr
distinguir
esa pequeña abertura que separa el
pasaje de la imaginación a la realidad
sabiéndome impenetrable ante la
separación entre ambos mundos.
Hoy llega la hora en que a veces
observó los destellos que he almacenado en aquel frasco
el océano me devuelve una pequeña
parte de sus ojos desde el interior
y yo me pierdo en la inmensidad de
su reflejo contenido en un rincón de mi habitación
hasta que llegue el día en que
inevitablemente me vuelva parte de él.
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